Hay tartas que sabes que valdrá la pena hacer....no me malinterpretéis...todas las tartas vale la pena hacerlas, pero esta se lleva un premio muy especial.
50 años no se cumplen cada día, y menos alguien tan especial para mi, como es mi tía Olga. No logro recordar un momento importante en mi vida en el que no haya estado presente. Incluso con la distancia que conlleva vivir en el extranjero durante 7 años, nunca la sentí lejos.
Y es que hay gente que realmente da significado a nuestros días. Hay gente que no tiene que hacer grandes actos de bondad, ni grandes dispendios, simplemente están. Está una sonrisa, una tontería dicha en el momento adecuado, un te quiero siempre en la boca, una visita cuando menos lo esperas....es más que suficiente para estar. Así ha estado desde que tengo memoria...y así sigue estando.
Entre toda la familia y amigos le preparamos una fiesta sorpresa que, como no, nos llevó un poco de cabeza (el tiempo que tengo últimamente es escaso, así que tengo los nervios a flor de piel), y yo no podía fallarle en un día tan especial.
Por las tardes de películas de la infancia, las sesiones de fotos interminables, las noches de pizza de los sábados, las almendritas fritas que prepara, sus cortaditos calientes (siempre hirviendo), los zapatos estupendos de mi boda, sus idas de olla (por qué no decirlo!), sus sueños, los tuppers, el limoncello, el chocolate que refresca...y las dos primas tan especiales que me ha dado. Por esto y por todo lo demás, esta tarta es una Oda a mi Tía!
¡¡¡Te quiero, Olguita!!!
Sin más...hoy estoy sentimental. Otro día más!
Hasta pronto!
Núria